¿Cuál es tu (verdadera) casa?
La pregunta llegó, anónima y directa, gritando a la altura de mis ojos desde el escalón de concreto en un callejón secuestrado por el grafiti. Noviembre se había decantado sobre Valparaíso: Sus casas de colores, a punto de ser seducidas por el verano incipiente en el hemisferio sur, se alzaban altivas sobre colinas y cerros, como si quisieran asomarse para ver el mar.
Estoy acostumbrada a que las ciudades me hablen. No sé si soy yo misma la que pone las palabras flotantes en sus muros, en su aire, en el bullicio ajeno de sus calles. Pero sé que me hablan, sus voces se me quedan pegadas en la piel, las voy rumiando con el paso de los días, y aún después de haberme marchado sigo intentado descifrar sus mensajes.
Valparaíso no dio lugar a especulaciones. Valparaíso me arrebató la pregunta que intuía hacía meses y me la devolvió desnuda y palpitante.
Desde hace cinco años, cada 31 de diciembre escribo un recuento – en libros, en viajes, en eventos, en vida- de los últimos doce meses. Hago listas, desvelo números, intento cuantificar lo que de otra manera sería inasible. Me creo la ilusión de que así, haciendo entrar en cajoncitos quietos los muchos ríos que me recorren, lograré domar sus torrentes, conseguiré detener unos instantes más las vivencias que ya se fueron.
Los eventos que presenté a lo largo del año son uno de esos intentos por “cuadrar” el tiempo. Me interesa, particularmente, la proporción fluctuante entre charlas presenciales y virtuales, y su comparación con otros años.
- En 2023 presenté 106 eventos (talleres, conferencias, podcasts, mesas de discusión, entre otros) de los cuales 73 fueron virtuales y 33 presenciales. Comparo con los cuatro años anteriores:
- 50 eventos en 2019 (absolutamente todos presenciales)
- 43 eventos en 2020 (sólo 5 presenciales, justo antes del cierre pandémico, y 38 virtuales)
- 54 eventos en 2021 (absolutamente todos virtuales)
- 121 eventos en 2022 (41 presenciales, 80 virtuales)
Hasta el 2022, “el año del terremoto,” conté el total de mis viajes. En el 2023 ya no me fue posible. Los viajes crecieron no tanto en número, pero sí en duración, y comenzaron a pegarse unos con otros. Ya no era tan fácil decir: este día salí, y este día volví. Además, ¿volver a dónde? En 2023, más que ningún otro año de mi vida, mi casa se desdobló como una grulla de origami.
Mi closet se convirtió en una maleta de 21 pulgadas. Mi cocina, en las mesas a veces concurridas, a veces solitarias, de un número incontable de restaurantes, como incontables fueron también las camas a las que entregué mi sueño. En el 2023 pasé por lo menos una noche en 28 ciudades de 12 países. Dos visité por primera vez: (Uruguay y Grecia) y otros dos o más veces en el mismo año. Crucé el Atlántico 9 veces. Tomé 84 vuelos, además de los numerosos trayectos realizados por tierra y algunos pocos por mar.
Sientes que vuelves a casa cuando deshaces completamente la maleta -sin usarla como un cajón suplementario- y te paseas descalza por la habitación.
Eso me pasa en Aguascalientes, en Filadelfia, y, desde este año, también en Lisboa. ¿Tres casas, entonces?
Una casa puede ser el edificio que te contiene, la cuadrícula donde organizas tus pertenencias materiales e inmateriales. Una casa puede ser el país en el que naciste, una patria nodriza, o una tierra que te acoge. Una casa puede ser, metafóricamente, el espacio físico o mental donde te sientes segura, el hogar que te reúne con las personas que amas, o la cueva donde se gesta tu serenidad. Idealmente, una casa es todas esas cosas.
Una casa podría ser una biblioteca.
En 2023 terminé de leer 54 libros, entre ellos, cinco de poesía y cuatro para niños. También publiqué un título con mis amigos Adriana Grimaldo y Pablo Boullosa: La imaginación en los proyectos de aprendizaje (Morata, España)
Los libros son, quizá no mi casa pero sí, de muchas maneras, mi oráculo. Igual que cada año, elegí una procesión de títulos y autores completamente subjetiva y supeditada a la fuerza con que me sacudieron sus voces. Como siempre, presento mi lista de los más amados en orden cronológico, conforme los fui terminando, de enero a diciembre, y no para representar una jerarquía de afectos. Enlisto los libros en el idioma en que los leí, y, cuando está disponible, incluyo un enlace a la versión en español.
- Luis Sepúlveda: Historia de una gaviota y el gato que le enseñó a volar, y Un viejo que leía novelas de amor. Comencé a leer a Sepúlveda el año pasado, pero fue hasta 2023 que completé la lectura de estos dos libros que están, quizá, entre los más reconocidos de este autor, y con justa razón. En ambos, sale a relucir no sólo el gran narrador que era Lucho (a quien el mundo perdió con la pandemia) sino tambien el activista comprometido por la conservación del medio ambiente y la paz. Ambas historias han sido llevadas al cine: en el caso de la gaviota, como dibujos animados. (Y ya que hablo de libros para niños, cedo a la tentación de mencionar “Mangata,” de Alfonso Mateo-Sagasta, con ilustraciones de Emilia Fernández de Navarrete: un libro hermoso que ayudará a chicos y grandes a mirar el mundo desde los ojos de los otros. Algo que necesitamos urgentemente en tiempos como éstos)
- “Lo que no tiene nombre” de Piedad Bonnett. ¿Cómo se llama a los padres que han perdido a un hijo? No existe esa palabra, es una condición que no tiene nombre. Mario Vargas Llosa escribe sobre este libro: “La vida, la muerte y la literatura se mezclan de una manera dramática en este extraordinario testimonio en el que Piedad Bonnett vuelca su verdad más íntima y su destreza creativa.”
- “El Infinito en un Junco,” de Irene Vallejo. Compré mi ejemplar en 2022, tras la recomendación de Pablo Boullosa y Laura García en “La dichosa palabra,” pero no fue sino hasta este año que finalmente lo leí. Y lo releí. Y volvería a leerlo, varias veces. Se trata de un ensayo magistral sobre la invención de los libros en el mundo antiguo, que se lee como un libro de aventuras, como historia novelada. Hay un antes y un después de la lectura de este libro. No por nada ha causado furor, literalmente, en todo el mundo.
- “El ruido de las cosas al caer,” de Juan Gabriel Vásquez. Un asesinato. Un misterio que carcome a un joven sobreviviente. Un país traspasado por la violencia y el narcotráfico. El genio narrativo de este escritor colombiano desbordado en la novela ganadora del Premio Alfaguara 2011. Terminé de leer el libro en un espamo jadeante, y de inmediato se lo pasé a mi hijo de veinte años. Hace poco me dijo que le había gustado más que “Crónica de una muerte anunciada.” De Gabriel García Márquez, ni más ni menos.
- “Tuya” y su secuela “El Tiempo de las Moscas,” de Claudia Piñeiro. “Para aquel entonces hacía más de un mes que Ernesto no me hacía el amor. O quizás dos meses. No sé. No era que a mí me importara demasiado.” Con estas líneas abre “Tuya,”, una novela negra trepidante, con mirada femenina. Inés se da cuenta, accidentalmente, de que su marido la engaña. Y ese incidente desencadena una serie de sucesos de los que no hay retorno. ¿Qué estarías dispuesta a hacer con tal de conservar tu matrimonio y, al mismo tiempo, guardar las apariencias?
- “El País bajo mi Piel” de Gioconda Belli, y “La Mesa Herida,” de Lucía Martínez-Belli. Sí, son dos autoras diferentes, pertenecientes a dos generaciones de una misma familia. Gioconda Belli es novelista y poeta, de ella me bebí a borbotones el recuento autobiográfico de sus tiempos como guerrillera sandinista y varios de sus libros de poesía. De su sobrina, Laura, una novela que conjuga una conversación poética e imposible entre dos mujeres: Frida Kahlo y una burócrata rusa, Olga. Una historia de amor, traición, y misterio alrededor de la desaparición de uno de los cuadros más famosos de la pintora mexicana.
- “Paula,” de Isabel Allende. Una joven agoniza, víctima de una extraña enfermedad. En los meses que permanece en estado de coma, su madre le narra, desde la cabecera de su cama, la historia de las mujeres de su familia, incluyendo la propia. Desgarradora novela autobiográfica de la gran autora chilena, quien este año publicó “El viento conoce mi nombre” (En mi lista de lecturas para 2024)
- “What I Talk About When I Talk About Running,” de Haruki Murakami (En español: De qué hablo cuando hablo de corer) Como soy corredora, este libro me tocó de una manera muy particular. Murakami logra una colección de anécdotas y reflexiones filosóficas sobre el correr y el escribir. Este título lo escuché como audiolibro durante mis carreras matutinas… me ayudó a levantarme de la cama y ponerme los tenis más de una vez.
- “Edible Economics: A Hungry Economist Explains the World,” de Ha-Joon Chang. (En español como “Economía comestible: un economista hambriento explica el mundo”) Todos deberíamos tener, por lo menos, nociones básicas de economía, según el autor de este libro. Y me convenció, a base de analogías culinarias que me acercaron a conceptos que había imaginado difíciles y áridos. Para masticar varias veces, no porque esté duro, sino porque está sabroso.
- “In Love: A Memoir of Love and Loss,” de Amy Bloom (En español: “Amor y Pérdida”) Un hombre recibe un diagnótisco desgarrador, y sabe que su mente sucumbirá poco a poco al Alzheimer. A sabiendas de lo que ello significará para él y para sus seres queridos, decide terminar con su vida, y pide a su esposa que lo ayude. Esta es la historia de esta pareja y su último recorrido juntos: la lucha de él para morir dignamente, y la de ella, para acompañarlo en el trance. El libro dio pie a una serie de largas discusiones de sobremesa en mi familia cercana y extendida. Conversaciones que aún continúan.
- “Tiempos recios,” de Mario Vargas Llosa. Conspiraciones internacionales. Traición. Política. Amor y desamor. Historia y ficción. Todo convive magistralmente en esta novela del Nobel peruano que no necesita mayor presentación. Si, como era mi caso, aún no has leido a Vargas Llosa, este es un fabuloso lugar para comenzar. (“Le dedico mi silencio,” publicada este año, está en mi lista de lecturas pendientes)
- “Retrato de una Mirada,” de Daniel Mordzinski. “Fotógrafo entre escritores, Daniel Mordzinski se ha dedicado desde los dieciocho años a capturar y relatar a través de su mirada —a escribir con luz, en palabras de Irene Vallejo— lo que palpita más allá de lo evidente. Los cientos de retratos que ha hecho de los más importantes rostros de la literatura contemporánea escuchan y nos dejan oír las sutiles luces y sombras que hablan en ellos.” Así reza la página de la Universidad de Valparaíso dedicada a este libro íntimo, nido de relatos, fruto de la conversación que el autor establece con sus propias memorias y con María José Navia, cuyas preguntas desaparecen a medida que se escriben. Daniel es, si, un “fotógrafo entre escritores,” pero es también, irrefutablemente, un escritor por derecho propio, aunque la humildad que acompaña a todo lector ávido y verdaderamente lúcido no le permita reconocerse como tal. Leer “Retrato de una Mirada” es volverse a enamorar de las letras, de los libros, de la literatura, a través de los ojos de quien desde hace varias décadas mejor los ha retratado.
Cae la tarde sobre Lisboa. Las últimas horas del año flotan en la superficie del Tajo, apenas iluminadas por el sol que muere. Las lucecitas de las calles, de los edificios, de los barcos y de los puentes centellean una despedida tímida, reflejándose apenas en los mosaicos y las baldosas mojadas, en contraste con los fuegos artificiales que estallarán pronto sobre la noche.
Me acerco a él, y pido, sin hablar, el refugio de sus brazos. Hace poco más de un año que estamos juntos, y mis ojos lo miran, todavía perplejos, sin comprender pero agradeciendo la buena fortuna.
Una casa podría ser una persona.
Él es mi casa. La única que puedo llevar siempre conmigo. La única que necesito.
Estar con él significa llegar a destino. Soltar las cargas, deshacer el equipaje. Andar descalza, vulnerable y sin miedo. Poder leerlo como libro abierto, saber que él me lee de la misma manera.
Estar con él significa conocer todas las palabras y no necesitar ninguna.
Venga, 2024. Estamos juntos, y estamos listos.
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