El año del terremoto


Comencé el 2022 recién cumplidos mis cincuenta años, curiosa por saber a qué sabe la vida con cinco décadas encima. Y el año me trajo muchas sorpresas, pero ninguna tan inesperada e inaudita como lo que me sucedió al mediodía de un domingo, en una bulliciosa terraza colonial bañada por el sol.

Correr mi primer maratón (y llegar casi en último lugar). Publicar un libro muy especial para mí (Las voces de los árboles). Presentar una conferencia en la sede de la ONU. Acompañar a mi hija a recibir su título universitario (magna cum laude, si me perdonan el descarado pavoneo de mamá cuervo.) Celebrar el aniversario 75 de mi padre, cuando hace tres años nos dijeron que le quedaban seis meses de vida. Retomar los viajes “después” de la pandemia. Ni los kilómetros corridos o volados, ni las páginas engullidas, ni el reencuentro de los abrazos tras el encierro lograron sacudirme como esos dieciséis minutos en aquella terraza custodiada por muros de piedra y palomas distraídas.

Ni los kilómetros corridos o volados, ni las páginas engullidas, ni el reencuentro de los abrazos tras el encierro lograron sacudirme como esos dieciséis minutos en aquella terraza custodiada por muros de piedra y palomas distraídas.

Desde hace cuatro años, cada 31 de diciembre comparto un recuento -principalmente en libros leídos, eventos presentados y viajes realizados- de los doce meses que, en un afán por controlar el tiempo, los seres humanos empaquetamos en el calendario. En este año, recuperé los niveles prepandémicos de viajes, leí el doble de libros, presenté el triple de eventos. Fue, en todos los sentidos, un año productivo:

  • Terminé de leer 45 libros (El doble de los 22 que leí en 2019, y superior a los 28 que leí en 2020 o a los 37 de 2021).
  • En 2022, visité 8 países, dos de ellos por primera vez (Ecuador y Portugal). Ocho países, exactamente igual que en 2019. En los dos años siguientes alcancé a visitar 6 países, 3 justo antes de la pandemia y 3 más en la breve ventana que se abrió en 2021. 
  • En 2022 hice 33 viajes de ida y vuelta, por aire y por tierra. Tomé 82 vuelos, crucé seis veces el Atlántico y dos veces el Pacífico. Visité 24 ciudades, algunas de ellas varias veces. En mi país, viajé por primera vez a los estados de Oaxaca y Chiapas. 
  • La explosión estuvo en el número de eventos: 121, la mayor cifra desde que llevo la cuenta. La tercera parte de ellos (41) de manera presencial, el resto (80), virtual. Es precisamente esta relación entre lo virtual y lo presencial que encuentro especialmente interesante, en comparación con los tres años anteriores:
  • 50 eventos en 2019 (absolutamente todos presenciales)
  • 43 eventos en 2020 (sólo 5 presenciales, justo antes del cierre pandémico, y 38 virtuales)
  • 54 eventos en 2021 (absolutamente todos virtuales)
  • 121 eventos en 2022 (41 presenciales, 80 virtuales)

Lo que puedo rescatar al hacer este análisis, es que prácticamente regresé al nivel de viajes y eventos presenciales prepandémicos, pero ahora añadiendo dos tantos más en eventos en línea.

Sumergida de lleno en esta vida ajetreada, a veces cansada, siempre emocionante, esa tarde de septiembre, sola y rodeada de gente, sin que pudiera hacer nada, sin que de algo valiera mi fortaleza cuidadosamente construida tras años de sobresaltos, me dejé avasallar por un terremoto, que aún me sacude – y del que te cuento un poco más adelante.

Sí, este año leí con avidez y furia, acelerando el ritmo y ampliando géneros aún más desde la tarde del sismo. Me es casi imposible decantarme por sólo diez títulos entre los 45 leídos, así es que este año intento una nueva treta: hablaré tanto de autores como de libros. Tiene sentido, porque este año, y de hecho desde las últimas semanas del 2021, comencé a enamorarme, por capítulos, de diferentes autores, y experimenté algo así como una procesión de monogamias lectoras. Enero fue el mes de Joan Didion, que entonces acababa de fallecer, y por eso (siempre presento mi lista en orden cronológico, y nunca como una jerarquía de afectos o un ranking de estrellas) abro con ella mi recuento de libros y autores más amados de 2022. Enlisto los libros en el idioma en que los leí, y, cuando está disponible, incluyo un enlace a la versión en español. 

  1. Joan Didion, especialmente su libro “The Year of Magical Thinking” (El año del pensamiento mágico). Un recuento fascinante y desgarrador, pero al mismo tiempo cabal y ecuánime, de un año de tremendas pérdidas emocionales. Escrito en primera persona en una prosa impecable y fluida. (Vale la pena también el documental “Joan Didion: El centro cede” sobre la vida de la autora, disponible en Netflix)
  2. The Medici Effect: What Elephants and Epidemics Can Teach Us about Innovation (Frans Johansson). Leí este libro por recomendación de Fernando Reimers, Profesor de Harvard y mi coautor de “Las voces de los árboles,” e inmediatamente supe que sería uno de los diez en llegar a la cima de mi lista. Ideal para quienes aman las ideas y el aprendizaje. 
  3. Exercised: Why Something We Never Evolved to Do Is Healthy and Rewarding (Daniel E.Lieberman). Tardé casi un año en empezar a leer este libro, desde que Steven Pinker nos lo recomendó, recién publicado, a sus alumnos de psicología. Empecé a leerlo pensando que podría servirme como parte de la preparación para correr mi primer maratón, pero el libro fue mucho más allá de la meta. Aprendí cosas fascinantes sobre antropología, evolución, y el poder del espíritu humano.
  4. Where the Crawdads Sing (Delia Owens) Traducido como “La Chica Salvaje.” Confieso que me dejé llevar por la curiosidad cuando, en el verano, la sección de libros del New York Times publicó un artículo sobre la escritora Delia Owens y las preguntas relacionadas con el asesinato de un hombre en Zambia, en el tiempo en que ella vivió ahí realizando trabajos de conservación. La trama del libro gira en torno, precisamente, a una muerte sospechosa, y si bien creo haber encontrado algunas inconsistencias en la credibilidad de la historia, Owens es una narradora excepcional: una vez que tomé el libro, me lo bebí a borbotones. (Por cierto, como suele suceder, el libro es mucho mejor que la película, que afortunadamente vi hasta tiempo después, y que no me gustó.) 
  5. Range: Why Generalists Triumph in a Specialized World (David Epstein) y traducido como “Amplitud.” Para quienes nos dedicamos a la educación, como padres o como profesionales, para deportistas y entrenadores, y también para quienes lideran equipos de trabajo, este libro es no sólo interesante y revelador, sino también muy ameno, cargado de historias conocidas y desconocidas que ilustran algunos de los misterios sobre el desarrollo y el crecimiento en la búsqueda de la excelencia.
  6. Luis Sepúlveda (especialmente “Hotel Chile”, libro póstumo, y “Últimas Noticias del Sur”publicados ambos con fotografías de Daniel Mordzinski). Luis Sepúlveda fue uno de mis mayores descubrimientos del año. Me asombra no haberme topado antes con la obra de este prolífico y polifacético autor, que murió de COVID en 2020. Sepúlveda fue un narrador agudo y cercano, que escribió desde libros para niños y novelas, hasta artículos periodísticos y poesía. Mi devoción lectora hacia él continúa, y eso que aún no llego a las aclamadas “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar” y “Un viejo que leía novelas de amor.” ¡Ya les contaré de ellas en 2023!
  7. Rosa Montero, especialmente “La ridícula idea de no volver a verte” y “El Peligro de estar cuerda”Rosa fue otra de las autoras con las que me obsesioné este año. Me encantan sus libros, que son una mezcla de autobiografía y ensayo, y ya voy por el tercero. Los dos libros que te recomiendo aquí son igualmente poderosos y sublimes, pero quizá me fuí por “La ridícula idea…” porque tocó fibras más personales y me habló al oído. (De esto último, debo decir que Rosa, literalmente, me habló al oído, y que su voz, leyendo ella misma la versión en audio de sus libros, me acompañó en esas horas interminables de entrenamiento para el maratón. Yo corriendo, y Rosa contándome historias. Por eso, cuando tuve la oportunidad de escucharla en persona en la FIL de Guadalajara, su voz ya me era, por supuesto, íntimamente familiar.)
  8. Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love (Helen Fisher). Me topé con este libro en una búsqueda frenética de respuestas sobre el amor, no desde la novela rosa sino desde la mirada científica, especialmente la antropología y las neurociencias. Fisher y su equipo analizaron, a través de resonancias magnéticas funcionales, los cerebros de hombres y mujeres en diferentes etapas de la experiencia de enamorarse (y desenamorarse). El resultado es un libro exquisito, ameno y bien construido, que aborda también temas como la fidelidad, el divorcio, y lo que ella llama “slow love.”
  9. Luis García Montero, especialmente “Un año y tres meses” y “Almudena.”  Nunca un libro de poesía me había conmovido tanto como Un año y tres meses (y eso ya es mucho decir). El autor describe, en versos perfectos y dolorosos, el tiempo transcurrido desde el diagnóstico de su esposa, Almudena Grandes, y su muerte por cáncer, quince meses más tarde. “No me quejo de verte morir entre mis brazos”, leo en sus páginas, y me derrumbo. Tiempo después, para contrarrestar el dolor, en un empuje al mismo tiempo redentor y masoquista, leí también “Almudena” (un feliz descubrimiento en la FIL) que es la historia poética del encuentro fortuito de dos grandes escritores y de la intensidad con que pudieron compartir una vida. 
  10. El olvido que seremos (Héctor Abad Faciolince) Este es otro libro que ya tiene su película (que aún no he visto y que dudo mucho pueda superar al texto). Se trata de una impactante historia autobiográfica donde el personaje principal no es el autor, sino su padre asesinado. Da cuenta de la vida arremolinada en el antes y el después de un suceso criminal estúpido e impune, ocurrido en Medellín, Colombia, a finales de los 80. Escalofriantemente similar a las historias de todos los días en nuestro México y otros países hermanos sumidos en la misma zozobra de la violencia.
  11. BONO. Sí, sí, perdón, yo sé que ya ocupé diez espacios, pero no me puedo quedar con las ganas de mencionar, sólo mencionar, otros cuatro grandes hallazgos, a modo de colofón:  Pablo Boullosa, con su libro infantil “Adivinario”, Annie Ernaux, con “Happening”, Piedad Bonnett, con “Qué hacer con estos pedazos”, e Isabel Zapata, con sus poemas y consideraciones hacia los animales, “Una ballena es un país.”

Vuelvo ahora, en estas últimas horas del año, a la terraza soleada de septiembre. Recuerdo haberme levantado temprano ese día, haber salido a correr por el centro colonial de la ciudad, sorteando colegiales y monjas, animada por el doblar somnoliento de las campanas de alguna iglesia, haber regresado al hotel a un desayuno de chilaquiles y jugo verde, haberme ido a la biblioteca a compartir mi libro con grupos de niños de orfanatorios locales. Regresar al hotel de nuevo, recibir la llamada, mi amiga al otro lado de la línea que me dice que la encuentre pronto, ¿Ahora? Si, ahora. Salir otra vez, caminar las cuadras empedradas entre nuestros hoteles, abrazarla a la puerta de un elevador, subir, subir. Encontrar el sol en la terraza abierta, y encontrar también sus ojos, el misterio de un hombre lector y culto, irreverentemente creativo, decididamente inteligente, trotamundos ligero y amable, inquieto y respetuoso. Mirarlo con timidez, en silencio. Sentir el terremoto, intentar contener los muros. En menos de veinte minutos se había ido, y yo me quedé con mi amiga, en medio de las réplicas, sin saber aún qué me estaba pasando. 

Y yo que me había convencido de que nunca había sido tan feliz como estando sola. Y yo que creía que el amor era un invento patriarcal, o, en el mejor de los casos, un ente amorfo y escurridizo, que a mí se me había negado.

Y yo que me había convencido de que nunca había sido tan feliz como estando sola. Y yo que creía que el amor era un invento patriarcal, o, en el mejor de los casos, un ente amorfo y escurridizo, que a mí se me había negado. Yo que tenía todo bajo control, yo que me sentía segura. A los cincuenta años, de pronto me di cuenta de que todo lo que creía saber sobre el amor estaba equivocado, y la ansiedad trepidante me invade, y me aferro al piso que creí firme, antes de que se desmorone. 

Y entonces me dejo caer sin resistencia – inútil de todas formas- al abismo dulce de estar enamorada, al milagro inaudito de ser correspondida. 

Venga, 2023, estoy lista. 

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